Los cuentos son casi tan antiguos como la vida misma.
Y es que la costumbre de contar cuentos se ha ido trasmitiendo de
generación en generación, de abuelos a nietos, de padres a hijos,… La
razón es evidente: los numerosos beneficios que aportan los cuentos. Y
aquí encontrarás un montón de cuentos para contar y disfrutar con
ellos.
Los cuentos infantiles poseen una narración clara y
tienen una sencilla comprensión. Con ellos no sólo mejoraremos la
capacidad de comprensión del niño, sino también le ayudaremos a
desarrollar su capacidad de comunicación. Además, aumentará y se
desarrollará su vocabulario, su fantasía, su imaginación,… ¡¡y el amor
por la lectura!!
Recuerda además que los cuentos infantiles hablan de aspectos reales de
la vida y de luchas interiores dándoles una forma que las hacen menos
aterradoras. Además, le ayudan al niño a situar lo que ellos sienten.
Les ofrecen ayuda e ideas para resolver sus problemas. ¿Qué está bien o
mal? ¿Es más ventajoso ser bueno o malo? ¿Cómo encontrar el amor al
ser adulto? ¿Cómo crecer y ser más independiente? Los cuentos les
proporcionan puntos de referencia sobre la conducta que hay que tener
en la vida.
_________________________________________
Bambi
Érase una vez un bosque donde vivían muchos animales y
donde todos eran muy amiguitos. Una mañana un pequeño conejo llamado
Tambor fue a despertar al búho para ir a ver un pequeño cervatillo que
acababa de nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a
conocer a Bambi, que así se llamaba el nuevo cervatillo. Todos se
hicieron muy amigos de él y le fueron enseñando todo lo que había en el
bosque: las flores, los ríos y los nombres de los distintos animales,
pues para Bambi todo era desconocido.
Todos los días se juntaban en un claro del bosque
para jugar. Una mañana, la mamá de Bambi lo llevó a ver a su padre que
era el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y
de cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron
ladridos de un perro. “¡Corre, corre Bambi! -dijo el padre- ponte a
salvo”. “¿Por qué, papi?”, preguntó Bambi. Son los hombres y cada vez
que vienen al bosque intentan cazarnos, cortan árboles, por eso cuando
los oigas debes de huir y buscar refugio.
Pasaron los días y su padre le fue enseñando todo lo
que debía de saber pues el día que él fuera muy mayor, Bambi sería el
encargado de cuidar a la manada. Más tarde, Bambi conoció a una pequeña
cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se enamoró
enseguida. Un día que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un
perro y Bambi pensó: “¡Son los hombres!”, e intentó huir, pero cuando se
dio cuenta el perro estaba tan cerca que no le quedó más remedio que
enfrentarse a él para defender a Farina. Cuando ésta estuvo a salvo,
trató de correr pero se encontró con un precipicio que tuvo que saltar, y
al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi quedó herido.
Pronto acudió su papá y todos sus amigos y le
ayudaron a pasar el río, pues sólo una vez que lo cruzaran estarían a
salvo de los hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y se
puso bien muy pronto.
Pasado el tiempo, nuestro protagonista había crecido
mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les costó trabajo
reconocerlo pues había cambiado bastante y tenía unos cuernos preciosos.
El búho ya estaba viejecito y Tambor se había casado con una conejita y
tenían tres conejitos. Bambi se casó con Farina y tuvieron un pequeño
cervatillo al que fueron a conocer todos los animalitos del bosque,
igual que pasó cuando él nació. Vivieron todos muy felices y Bambi era
ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes lo hizo su
papá, que ya era muy mayor para hacerlo.
Caperucita roja
Había una vez una adorable niña que era querida
por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no
quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una
pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien
que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar
Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: “Ven, Caperucita Roja, aquí
tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu
abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora
temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina
tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y
se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres
a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes
curioseando por todo el aposento.”
“No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él. “Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo. “Buenos días, amable lobo.” - “¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja?” - “A casa de mi abuelita.” - “¿Y qué llevas en esa canasta?” - “Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.” - “¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?” - “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.”
Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta. “¿Quién es?” preguntó la abuelita. “Caperucita Roja,” contestó el lobo. “Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.” - “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil y no me puedo levantar.” El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.
Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: “¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. “¡!Oh, abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.” - “Es para oírte mejor, mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.” - “Son para verte mejor, querida.” - “Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.” - “Para abrazarte mejor.” - “Y qué boca tan grande que tienes.” - “Para comerte mejor.” Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.
Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí. “¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él.”¡Hacía tiempo que te buscaba!” Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: “¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!”, y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.
Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: “Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”
“No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él. “Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo. “Buenos días, amable lobo.” - “¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja?” - “A casa de mi abuelita.” - “¿Y qué llevas en esa canasta?” - “Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.” - “¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?” - “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.”
Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta. “¿Quién es?” preguntó la abuelita. “Caperucita Roja,” contestó el lobo. “Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.” - “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil y no me puedo levantar.” El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.
Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: “¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. “¡!Oh, abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.” - “Es para oírte mejor, mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.” - “Son para verte mejor, querida.” - “Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.” - “Para abrazarte mejor.” - “Y qué boca tan grande que tienes.” - “Para comerte mejor.” Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.
Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí. “¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él.”¡Hacía tiempo que te buscaba!” Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: “¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!”, y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.
Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: “Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”
El gato con botas
Había una vez un molinero cuya única herencia para
sus tres hijos eran su molino, su asno y su gato. Pronto se hizo la
repartición sin necesitar de un clérigo ni de un abogado, pues ya
habían consumido todo el pobre patrimonio. Al mayor le tocóel molino,
al segundo el asno, y al menor el gato que quedaba.
El pobre joven amigo estaba bien inconforme por haber recibido tan poquito.
-”Mis hermanos”- dijo él,-”pueden hacer una bonita
vida juntando sus bienes, pero por mi parte, después de haberme comido
al gato, y hacer unas sandalias con su piel, entonces no me quedará más
que morir de hambre.”-
El gato, que oyó todo eso, pero no lo tomaba así, le dijo en un tono firme y serio:
-”No te preocupes tanto, mi buen amo. Si me das un
bolso, y me tienes un par de botas para mí, con las que yo pueda
atravesar lodos y zarzales, entonces verás que no eres tan pobre
conmigo como te lo imaginas.”-
El amo del gato no le dió mucha posibilidad a lo que
le decía. Sin embargo, a menudo lo había visto haciendo ingeniosos
trucos para atrapar ratas y ratones, tal como colgarse por los talones,
o escondiéndose dentro de los alimentos y fingiendo estar muerto. Así
que tomó algo de esperanza de que él le podría ayudar a paliar su
miserable situación.
Después de recibir lo solicitado, el gato se puso sus
botas galantemente, y amarró el bolso alrededor de su cuello. Se
dirigió a un lugar donde abundaban los conejos, puso en el bolso un
poco de cereal y de verduras, y tomó los cordones de cierre con sus
patas delanteras, y se tiró en el suelo como si estuviera muerto.
Entonces esperó que algunos conejitos, de esos que aún no saben de los
engaños del mundo, llegaran a mirar dentro del bolso.
Apenas recién se había echado cuando obtuvo lo que
quería. Un atolondrado e ingenuo conejo saltó a la bolsa, y el astuto
gato, jaló inmediatamente los cordones cerrando la bolsa y capturando
al conejo.
Orgulloso de su presa, fue al palacio del rey, y
pidió hablar con su majestad. Él fue llevado arriba, a los apartamentos
del rey, y haciendo una pequeña reverencia, le dijo:
-”Majestad, le traigo a usted un conejo enviado por
mi noble señor, el Marqués de Carabás. (Porque ese era el título con el
que el gato se complacía en darle a su amo).”-
-”Dile a tu amo”- dijo el rey, -”que se lo agradezco mucho, y que estoy muy complacido con su regalo.”-
En otra ocasión fue a un campo de granos. De nuevo
cargó de granos su bolso y lo mantuvo abierto hasta que un grupo de
perdices ingresaron, jaló las cuerdas y las capturó. Se presentó con
ellas al rey, como había hecho antes con el conejo y se las ofreció. El
rey, de igual manera recibió las perdices con gran placer y le dió una
propina. El gato continuó, de tiempo en tiempo, durante unos tres
meses, llevándole presas a su majestad en nombre de su amo.
Un día, en que él supo con certeza que el rey
recorrería la rivera del río con su hija, la más encantadora princesa
del mundo, le dijo a su amo:
-”Si sigues mi consejo, tu fortuna está lista. Todo
lo que debes hacer es ir al río a bañarte en el lugar que te enseñaré, y
déjame el resto a mí.”-
El Marqués de Carabás hizo lo que el gato le
aconsejó, aunque sin saber por qué. Mientras él se estaba bañando pasó
el rey por ahí, y el gato empezó a gritar:
-”¡Auxilio!¡Auxilio!¡Mi señor, el Marqués de Carabás se está ahogando!”-
Con todo ese ruido el rey asomó su oído fuera de la
ventana del coche, y viendo que era el mismo gato que a menudo le traía
tan buenas presas, ordenó a sus guardias correr inmediatamente a darle
asistencia a su señor el Marqués de Carabás. Mientras los guardias
sacaban al Marqués fuera del río, el gato se acercó al coche y le dijo
al rey que, mientras su amo se bañaba, algunos rufianes llegaron y le
robaron sus vestidos, a pesar de que gritó varias veces tan alto como
pudo:
-”¡Ladrones!¡Ladrones!”-
En realidad, el astuto gato había escondido los vestidos bajo una gran piedra.
El rey inmediatamente ordenó a los oficiales de su
ropero correr y traer uno de sus mejores vestidos para el Marqués de
Carabás. El rey entonces lo recibió muy cortésmente. Y ya que los
vestidos del rey le daban una apariencia muy atractiva (además de que
era apuesto y bien proporcionado), la hija del rey tomó una secreta
inclinación sentimental hacia él. El Marqués de Carabás sólo tuvo que
dar dos o tres respetuosas y algo tiernas miradas a ella para que ésta
se sintiera fuertemente enamorada de él. El rey le pidió que entrara al
coche y los acompañara en su recorrido.
El gato, sumamente complacido del éxito que iba
alcanzando su proyecto, corrió adelantándose. Reunió a algunos
lugareños que estaban preparando un terreno y les dijo:
-”Mis buenos amigos, si ustedes no le dicen al rey
que los terrenos que ustedes están trabajando pertenecen al Marqués de
Carabás, los harán en picadillo de carne.”-
Cuando pasó el rey, éste no tardó en preguntar a los trabajadores de quién eran esos terrenos que estaban limpiando.
-”Son de mi señor, el Marqués de Carabás.”- contestaron todos a la vez, pues las amenazas del gato los habían amedrentado.
-”Puede ver señor”- dijo el Marqués, -”estos son terrenos que nunca fallan en dar una excelente cosecha cada año.”-
El hábil gato, siempre corriendo adelante del coche, reunió a algunos segadores y les dijo:
-”Mis buenos amigos, si ustedes no le dicen al rey
que todos estos granos pertenecen al Marqués de Carabás, los harán en
picadillo de carne.”-
El rey, que pasó momentos después, les preguntó a quien pertenecían los granos que estaban segando.
-”Pertenecen a mi señor, el Marqués de Carabás.”-
replicaron los segadores, lo que complació al rey y al marqués. El rey
lo felicitó por tan buena cosecha. El fiel gato siguió corriendo
adelante y decía lo mismo a todos los que encontraba y reunía. El rey
estaba asombrado de las extensas propiedades del señor Marqués de
Carabás.
Por fin el astuto gato llegó a un majestuoso
castillo, cuyo dueño y señor era un ogro, el más rico que se hubiera
conocido entonces. Todas las tierras por las que había pasado el rey
anteriormente, pertenecían en realidad a este castillo. El gato que con
anterioridad se había preparado en saber quien era ese ogro y lo que
podía hacer, pidió hablar con él, diciendo que era imposible pasar tan
cerca de su castillo y no tener el honor de darle sus respetos.
El ogro lo recibió tan cortésmente como podría hacerlo un ogro, y lo invitó a sentarse.
-”Yo he oído”- dijo el gato, -”que eres capaz de
cambiarte a la forma de cualquier criatura en la que pienses. Que tú
puedes, por ejemplo, convertirte en león, elefante, u otro similar.”-
-”Es cierto”- contestó el ogro muy contento, -”Y para que te convenzas, me haré un león.”-
El gato se aterrorizó tanto por ver al león tan cerca
de él, que saltó hasta el techo, lo que lo puso en más dificultad pues
las botas no le ayudaban para caminar sobre el tejado. Sin embargo, el
ogro volvió a su forma natural, y el gato bajó, diciéndole que
ciertamente estuvo muy asustado.
-”También he oído”- dijo el gato, -”que también te
puedes transformar en los animales más pequeñitos, como una rata o un
ratón. Pero eso me cuesta creerlo. Debo admitirte que yo pienso que
realmente eso es imposible.”-
-”¿Imposible?”- Gritó el ogro, -”¡Ya lo verás!”-
Inmediatamente se transformó en un pequeño ratón y
comenzó a correr por el piso. En cuanto el gato vio aquello, lo atrapó y
se lo tragó.
Mientras tanto llegó el rey, y al pasar vio el
hermoso castillo y decidió entrar en él. El gato, que oyó el ruido del
coche acercándose y pasando el puente, corrió y le dijo al rey:
-”Su majestad es bienvenido a este castillo de mi señor el Marqués de Carabás.”-
-”¿Qué?¡Mi señor Marqués!” exclamó el rey, -”¿Y este
castillo también te pertenece? No he conocido nada más fino que esta
corte y todos los edificios y propiedades que lo rodean. Entremos, si
no te importa.”-
El marqués brindó su mano a la princesa para ayudarle
a bajar, y siguieron al rey, quien iba adelante. Ingresaron a una
espaciosa sala, donde estaba lista una magnífica fiesta, que el ogro
había preparado para sus amistades, que llegaban exactamente ese mismo
día, pero no se atrevían a entrar al saber que el rey estaba allí.
La Princesa de Fuego
Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de
pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus
riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo
más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y
regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y
de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos,
descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a
quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy
ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:
- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.
El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.
Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días
Autor.. Pedro Pablo Sacristán
- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.
El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.
Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días
Autor.. Pedro Pablo Sacristán
No hay comentarios:
Publicar un comentario